viernes, 30 de septiembre de 2016

LA GUERRA FEDERAL

La Guerra Federal, la más sangrienta sufrida por el país después de la gesta independentista, fue generada por la odiosa rivalidad caudillista de dos grandes partidos del siglo diecinueve, de los cuales aún quedan residuos: Los Liberales o Federalistas, partidarios de la autonomía político-administrativa de los Estados y los Conservadores, partidarios del centralismo vertical como garante de la unidad republicana.
            A pesar del Libertador, partidario del centralismo, en Venezuela, desde los días iniciales de la República, se habla obsesivamente de Federación y es que quienes hicieron la guerra para darle contenido y oponerla al centralismo, al final, defraudaron a la nación, posiblemente porque no hubo convicción ideológica o las circunstancias adversas fueron tan poderosas que a los protagonistas, una vez en el Poder, no les quedó sino la alternativa de tímidas reformas, más políticas que de contenido social y económico.
            Lo de la falta de convicción ideológica lo evidencia el líder de la Federación, Antonio Leocadio Guzmán, cuando en 1867 dijo en el Congreso: “No se de donde han sacado que el pueblo de Venezuela tenga amor por la Federación cuando no sabe ni lo que esta palabra significa, esa idea salió de mi y de otros que nos dijimos, supuesto que toda revolución necesita bandera y que la Convención de Valencia no quiso bautizar la Constitución con el nombre de Federal, invoquemos nosotros esa idea, porque si los contrarios hubieran dicho Federación, nosotros habríamos dicho Centralismo”.
            Simplemente un pretexto y, por lo demás, también es cierto que con índice de analfabetismo (90%) tan alto, era difícil que el pueblo alcanzara la codificación substancial de la idea. El venezolano común sólo reclamaba su derecho a tener y poder trabajar libremente la tierra. La tierra era el principal recurso de la producción y de la seguridad económica y ella estaba en manos de unos pocos, en manos del 4% de la población que era el grupo social relativamente rico, con un consumo per cápita de 80 pesos, el doble de la clase media que constituía el 30 % de la población. Los jornaleros que constituían el grupo social mayoritario (49%) apenas consumía 15 pesos per cápita. El 20 % restante de la población estaba imposibilitado.
            Ese era el cuadro social de la Venezuela de mediados del siglo diecinueve, de suerte que para la mayoría su mejor doctrina era aquella que le ofreciera un modo de producción digno, justo y humano. Y por ello siguieron con entusiasmo casi rayano en el fanatismo, las banderas amarillas del General Ezequiel Zamora y de Juan Crisóstomo Falcón, aunque en el programa de la Federación no se toca específicamente el problema de la propiedad de la tierra que era a fin de cuentas lo que más interesaba a los miles de jornaleros desheredados de la propiedad rural y quienes trabajaban en condiciones de explotados, como siervos de la época feudal.
            No obstante, en términos generales, el régimen de libertades en el programa de la Federación o Partido Liberal, dejaba tácito o abierta  esa posibilidad que hasta entones, vale decir, desde la época de la Independencia, las guerras intestinas habían hecho más regresivo. “Más regresivo el régimen de propiedad territorial agraria porque los movimientos armados no perseguían sino el poder político que terminaba en poder tributario de las clases privilegiadas” (Maza Zabala en “Venezuela, una economía independiente”)”.
            Y ¿quiénes eran lo de la clase privilegiada? ¿Solamente los godos paecistas o conservadores? No. También había liberales que militaban en ese 4 % de la clase pudiente venezolana.
            Quien mejor representaba al Federalismo desde el punto de vista programático era Ezequiel Zamora, un militar nacido en Cúa (Estado Miranda) en febrero de 1817 cuando Piar invadía Guayana. Fue el alma de la Revolución Federal y su muerte ocurrida en el curso de la guerra-10 de enero de 1860- le hizo perder impulso al movimiento con serios descalabros favorables a los Conservadores que pudieron gracias a ellos mantenerse en el Poder por más del tiempo previsto.
            Los federalistas llegaron con Juan Crisóstomo Falcón al Poder tras la firma del Convenio de Coche  el 24 de abril de 1863 y Venezuela que comenzó a llamarse Estados Unidos de Venezuela, fue dividida en 20 estados y un Distrito Federal. Guayana pasó a denominarse entonces Estados Soberano de Guayana.
            La Guerra Federal duró cinco años (1858-1863) y protagonizó 200 acciones de guerra con saldo de unos 100 mil muertos. Es la más larga sufrida por Venezuela después de la Independencia, seguida de la Guerra Libertadora que duró tres años y sirvió menos que la Federal porque fue alentada por intereses foráneos y echó las bases para la dictadura de Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez que duró 35 años.
            Ha sido calificada como “la estafa más grande de la historia de Venezuela” por algunos analistas y por otros como un mal necesario que democratizó las instituciones y suscitó en los venezolanos el sentimiento de igualdad social, aunque esto habría podido lograrse por la propia dinámica civilista sin necesidad de una guerra que empobreció al país y lo hizo más dependiente.
            Dice Maza Zabala en el libro anteriormente citado que “La estructura socio-económica del país, ya culminada la Guerra Federal, permaneció igual, sin alteraciones sustantivas; subsistía el predominio de las relaciones latifundistas de producción y sus formas señoriales de dominación que trataban el desarrollo de las fuerzas productivas, persistía el mismo orden de diferenciación social con su status de degradación y privilegios. En cierto modo había aumentado la población rural en condiciones serviles de explotación, sobrevinieron luego regímenes autocráticos y la situación política que siguió a la Guerra Federal se caracterizó por al influencia determinante de los caudillos militares”.
            Acaso sea Guayana uno de los pocos Estados venezolanos donde menos prosperó el caudillismo militar, familiar o unipersonal sufrido por otras entidades federales. Para 1858 cuando comenzó a desembozarse la guerra, ya había muerto (asesinado) el caudillo más prominente, el General Tomás de Heres, cabeza de los Conservadores, localmente conocido como “Antropófagos” versus del movimiento liberal llamado “Filántropos”. El movimiento liberal guayanés, encabezado por Juan Bautista Dalla Costa, sembró una mejor conciencia de las libertades y derechos.
            Se trataba también de que Guayana era una región territorialmente  inmensa y escasamente poblada. Cualquiera podía tener una parcela de tierra. Además, la agricultura no era propiamente su fuerte. En todo caso, la ganadería extensiva, una minería incipiente y los productos selváticos de extracción y recolección que nativos y forasteros trabajaban libremente, aunque, por supuesto, no eran bien pagados y en torno a ellos se encadenaban roscas de explotadores y usureros.
            Por otra parte, en Guayana había muchos europeos con un comercio floreciente a través del Orinoco, que tenían otra mentalidad. Aquí no ocurrió lo que en otros Estados declarados soberanos después de la Guerra Federal, como dice Antonio Arraiz en su artículo “La Guerra Larga” (El Nacional, 11/07/60): “Los que en 1862 en la guerra, eran insurgentes alzados, en 1864 en la paz, eran Presidentes de Estado o Comandantes de Armas en las misma regiones, casi con tanta independencia como entonces, y hasta el advenimiento de Gómez, los Monagas y Sotillo en los Llanos de Barcelona y Maturín; los Acosta y Ducharne, en Oriente; los Aranguren en Barinas; los Riera, Colina y Peñaloza, en Coro; los Baptista y Araujo, en Trujillo; los Urdaneta y Pulgar, en Maracaibo; los Mendoza y Lander, en los alrededores de Caracas, se continuaron trasmitiendo unos a otros el prestigio y la autoridad regional”.
            Pasaron por la Gobernación de la provincia a lo largo de esos cinco años: Esteban Salom (1958) seguido de Juan Bautista Dalla Costa y meses después Manuel Yánez hasta febrero de 1859 que se encargó interinamente Santos Gáspari, reemplazado por el Capitán Bibiano Vidal (1859-1869), Luis Soublette (1860), Florentino Grillet (1860-1861) y Juan Bautista Dalla Costa (1861-1863).
            Durante la Guerra Federal, la situación política y militar en Guayana estuvo controlada, no obstante los siguientes alzamientos a fines de 1860 y principios de 1861: Alzamiento de Juan Antonio Sotillo, el 9 de septiembre de 1860 en Barrancas; Alzamiento del Comandante Justo Berengel, en el Cantón de Upata; alzamiento de Capitán José Antonio Rodríguez, en Moitaco y Turapa y levantamiento de Magdalena Aquino, en Las Bonitas. Todos estos levantamientos fueron aplacados por el Gobierno centralista.
            En Las Bonitas se dio el caso de que le Comandante del Cantón del Orinoco, Simón García, masacró a todos los prisioneros, por lo que el Gobernador Florentino Grillet lo destituyó. Cuando Dalla Costa reemplazó a Grillet en el Gobierno, repuso al destituido en su cargo. Asimismo durante ese lapso, Caicara del Orinoco fue incendiada por Ambrosio Tapia, tras derrotar a las tropas del Gobierno centralista. El 6 de septiembre de 1861, el joven Juan Jasper fue fusilado en la Plaza de Artillería del Convento por rehusar prestar servicio militar.





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