Sir Walter Raleigh, sentenciado a muerte
por conspirar contra su Rey Jacobo Primero, le fue suspendida la pena, pero
permaneció 13 años cautivo en la Torre de Londres, tiempo durante el cual
escribió “Descubrimiento del grande,, rico y bello imperio de Guayana”, libro
que le abonó el terreno para una segunda expedición en 1617.
De manera que gracias a su fabuloso
relato escrito en prisión, encontró el terreno abonado para el financiamiento
de su vuelta a Guayana. En diciembre de 1617 ya la expedición de Raleigh estaba
frente a las costas de Trinidad, de la que se posesionó luego de ardoroso
combate con las fuerzas de Benito Baena responsable de la seguridad y defensa
de la isla.
Allí enfermó y para no retardar sus
planes adelantó a su lugarteniente Lawrence Keymis y a su hijo Jorge hasta
Santo Tomás de la Guayana donde ya
prevenido lo aguardaba el Gobernador Diego Palomeque de Acuña con una pobre
artillería y apenas medio centenar de hombres sobre las armas.
El sábado 12 de enero de 1618, cinco navíos y 600
marinos ingleses asediaban las costas de Santo Tomás de la Guayana terminando
de atacarla hasta rendirla, ya sin mando pues su Gobernador había caído
mortalmente herido, pero también habían muerto Jorge el hijo de Raleigh y
cuatro oficiales ingleses.
Los dispersados sobrevivientes se
retiraron al Sur de la Laguna La Ceiba y despacharon un emisario al Nuevo Reino
y a Santo Domingo en busca de ayuda. El hijo de Raleigh y los oficiales fueron
enterrados en la Iglesia del Convento y Palomeque de Acuña en lugar separado. EL
saqueo de la Iglesia fue total. Los expedicionarios permanecieron 16 días en
el lugar explorando los alrededores y se llevaron hasta las campanas de la
Iglesia y los sirvientes del gobernador, entre ellos, uno llamado Cristóbal
Uayacundo, quien en Londres presenció la decapitación de Sir Walter
Raleigh.
Los sueños fabulosamente doradistas de
Sir Walter Raleigh tuvieron un desenlace trágico. En aras de las buenas
relaciones entre Inglaterra y España, Raleigh tenía instrucciones de descubrir
nuevas tierras para su Reino, pero no a costa de los intereses coloniales de
sus vecinos peninsulares. Si llegaba a lesionar esos intereses, corría el riesgo
de que el Rey le reactivara los cargos de conspirador y le confirmara la pena
de muerte. Eso ocurrió.
Por vía del Nuevo Reino de Granada y
Santo Domingo, llegó al Rey de España la noticia oficial del saqueo y
destrucción de la capital de Guayana. En consecuencia el reclamo no tardó en
ser elevado hasta Su Majestad el Rey Jacobo de Inglaterra, quien montó en
cólera y prometió hacer justicia tan pronto Raleigh arribara a dar cuenta de su
expedición.
Con la tripulación mermada y desgarrado
por el dolor de haber perdido a su hijo como a su lugar teniente Lorenzo Keymes,
quien se suicidó en Trinidad, Raleigh se presentó ante la Corte y nuevamente
fue detenido y condenado. Cuenta la historia que estando al pie del patíbulo le
pidió a su verdugo le dejase ver el instrumento con el que sería cortada su
cabeza: “permítame verlo, ¿Crees que tengo miedo?”, dicen que dijo y el
verdugo le entregó el hacha cuyo filo acarició con estas palabras: “He aquí una
medicina fuerte, pero que vence todas las enfermedades”.
El caballero consentido de la Reina
Virgen cayó a al edad de 66 años bajo el filo del hacha el 29 de octubre de
1618 en el antiguo Palacio de Westminster. Antes de ir a la guillotina dejó
escrito este epitafio: “Tal es el tiempo depositario de nuestra
juventud, dicha y demás / y no devuelve sino tierra y polvo / el que en la
tumba muda y triste / cuando terminó nuestro camino / la historia encierra de
la vida nuestra / de esta tumba polvo y tierra / me librará nuestro señor,
según confío”.
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