La
primera fortaleza que tuvo Guayana fue concebida por el Gobernador
Tiburcio de Aspe y Zúñiga entre 1677 y
1682 sobre la estructura del Convento de los misioneros franciscanos, de suerte
que el santuario de las oraciones terminó transformándose, por culpa de las
constantes incursiones de corsarios y piratas de países enemigos de España, en
recinto de pólvora y fuego vomitado por las bocas de los cañones pedreros de la
colonia.
La regla en ese tiempo era que cuando
el cargo de Gobernador quedaba vacante, la Audiencia de Santa Fe de Bogotá lo
asumía a través del Alcalde o de algún otro funcionario real hasta que el Rey nombrase sucesor, lo cual demoraba la
distancia y lentitud de la navegación. De aquí que José de Aspe y Zúñiga,
sucesor del Gobernador Pedro Juan de Viedman, vinieses a sustituirlo seis años
después. Le sucedió Diego Jiménez de Aldana, quien gobernó (1670-1677) siete
años y se entendió bien con los holandeses, pero cometió otros desafueros que
le valieron prisión y juicio ante la Corte española.
Vino en su lugar Tiburcio de Aspe y
Zúñiga (1677-1682), quien, transformó en Fortaleza el Convento San Francisco y
propugnó la venida de los Capuchinos Catalanes para activar en el interior de
la provincia el trabajo misionero de fundar pueblos que no podían sostener
franciscanos ni jesuitas.
Los primeros religiosos que se
establecieron en Guayana fueron los franciscanos, que llegaron en la expedición
de Antonio de Berrío. Los frailes domingo de Santa Agueda y Juan Peralta
vinieron con el fundador y de ellos la empresa de levantar el Convento de San
Francisco a la cual se sumaron posteriormente los Reverendos Luis de Mieses,
Luis de Pozuela, Juan de Suazo y el fraile Manosalbas. Otro fraile del grupo
que vino con el contingente de pobladores traídos por domingo de Vera,
lugarteniente de Berrío, fue el Reverendo Francisco de Leuro, quien estaba
destacado como cura y vicario de Santo Tomás, muerto cuando Walter Raleigh
mandó desde Trinidad a ocupar la ciudad el 13 de enero de 1618. El vicariato
pasó entonces a manos del Reverendo Juan de Moya, Guardián del Hospicio de San
Francisco.
Los últimos frailes que pasaron por
allí fueron los jesuitas Julián de Vergara e Ignacio Cano, quienes debido al
estado extremo de pobreza y lo despoblada como estaba quedando la ciudad, se
ausentaron en 1670 para continuar su labor por orden superior en los llanos de
Casanare. De manera que cuando Tiburcio de Aspe y Zúñiga asumió el Gobierno de
la Provincia, el Convento estaba sin religiosos, prácticamente tomado por los
soldados. Así que decidió transformarlo en una Fortaleza.
Y Fortaleza fue desde entonces,
levantado sobre un peñón y al pie oriental de un cerro elevado en forma de
trapecio. Con dos baluartes en los ángulos occidentales y en su costura una
puerta. Para entonces el Castillo era de poca resistencia y no estaba defendido
de foso ni de estacada.
Un capitán, un teniente, dos alférez y
cien hombres constituía la tropa de su dotación y estaba artillado con
dieciocho cañones de seis hasta veinte y cuatro y el baluarte oriental con
cañones pedreros. Y en esa línea provisto de un almacén de pólvora, alojamiento
para cuarenta hombres, almacén para un mes de víveres y el agua del río al
zócalo del frente septentrional.
El castillo de San Francisco, otrora
Convento, era el único existente en toda la Guayana y cada Gobernador que
llegaba planteaba la necesidad de continuar fortificado la provincia, pues de
no hacerlo haría cada vez más perniciosas las invasiones.
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