En
1687, previo informe levantado por los frailes Ángel de Mataró y Pablo Blanes,
llegaron a Guayana para establecerse los primeros capuchinos catalanes.
Los
misioneros Tomás de Lupián, Arcángel de Barcelona y Ramón de Figuerola,
salieron de Trinidad el 11 de noviembre y llegaron a Santo Tomás once días
después. Los recibió el gobernador Diego Suárez Ponce de León (1682-1690). Los
dos primeros se situaron en la Misión de Mari-uaca y Lupián se fue con varios
soldados de escolta a fundar más al Sur, la Misión de Los Totumos, pero los tres
murieron antes de los dos años de permanencia.
En 1692, mientras los misioneros
jesuitas Alonso de Neira, José Cobarte, Vicente Loberzo y José Silva, se
dedicaban a reedificar los pueblos destruidos por los Caribes en zona de los
raudales, los capuchinos Ambrosio de Matarol, Antonio de Prados e Ignacio
Valfogina, se incorporaban a llenar las vacantes de sus inmediatos antecesores
fallecidos pero tres años luego abandonaron su labor de reducción y
adoctrinamiento por la muerte del fraile Ambrosio y las fiebres que minaban la
salud de los restantes. No fue sino en 1723 tras dos tentativas más de la Orden
que los Capuchinos lograron permanecer hasta fundar más de treinta pueblos en
la región del Caroní.
La labor de los misioneros consistía en
reunir a un grupo de indios y fundar con ellos un pueblo, cuyo gobierno,
instrucción y civilización le estaba encomendado. Cuando al cabo de cierto
tiempo, ordinariamente veinte años, se consideraba que el pueblo de indígenas
estaba suficientemente afianzado en la vida social civilizada, el pueblo o
misión pasabas a la jurisdicción del Obispo y del pueblo civil y continuaba el
misionero buscando otros indios para nuevas fundaciones.
Para el sostenimiento, los misioneros
llegaron a fundar labranzas, hatos e ingenios azucareros. Había un Gobernador,
llamado Prefecto para toda la misión, un tesorero común y un procurador que
compraba las mercancías necesarias para todo el pueblo. En 1726 Pedro Figuera,
rico propietario de los llanos de Anzoátegui, regaló a las Misiones 28 vacas y
2 toros que se multiplicaron asombrosamente por toda la provincia de Guayana.
De estas misiones sobreviven en la actualidad
como municipios y parroquias, San Antonio de Upata con la particularidad de
haber sido fundada en 1762 sólo por familias españolas y la cual vino a
sustituir a Suay (1724) como capital de las misiones; San Miguel del Palmar
(1734), San Francisco de Altagracia (1734), Divina Pastora del Yuruary (1737),
Nuestra Señora del Rosario de Guasipati (1757), San Buenaventura de Guri (1771),
fundadas todas por los capuchinos; Moitaco, por los Franciscanos y La Uriban
por los Jesuitas.
Desde el período del coronel Carlos
Sucre que se suscribió el llamado Pacto de la Concordia (20 de marzo de 1734),
las Misiones operaban en Guayana sobre jurisdicciones territoriales delimitadas.
Desde el mar hasta Angostura, correspondía a los misioneros. capuchinos; desde Angostura hasta el río Cuchivero, a los
observantes de San Francisco y desde el Cuchivero hasta los confines de Nueva
Granada, a los Jesuitas.
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