La Guerra Federal, la más
sangrienta sufrida por el país después de la gesta independentista, fue
generada por la odiosa rivalidad caudillista de dos grandes partidos del siglo
diecinueve, de los cuales aún quedan residuos: Los Liberales o Federalistas,
partidarios de la autonomía político-administrativa de los Estados y los
Conservadores, partidarios del centralismo vertical como garante de la unidad
republicana.
A
pesar del Libertador, partidario del centralismo, en Venezuela, desde los días
iniciales de la República, se habla obsesivamente de Federación y es que
quienes hicieron la guerra para darle contenido y oponerla al centralismo, al
final, defraudaron a la nación, posiblemente porque no hubo convicción
ideológica o las circunstancias adversas fueron tan poderosas que a los
protagonistas, una vez en el Poder, no les quedó sino la alternativa de tímidas
reformas, más políticas que de contenido social y económico.
Lo
de la falta de convicción ideológica lo evidencia el líder de la Federación,
Antonio Leocadio Guzmán, cuando en 1867 dijo en el Congreso: “No se de donde han sacado que
el pueblo de Venezuela tenga amor por la Federación cuando no sabe ni lo que
esta palabra significa, esa idea salió de mi y de otros que nos dijimos,
supuesto que toda revolución necesita bandera y que la Convención de Valencia
no quiso bautizar la Constitución con el nombre de Federal, invoquemos nosotros
esa idea, porque si los contrarios hubieran dicho Federación, nosotros
habríamos dicho Centralismo”.
Simplemente
un pretexto y, por lo demás, también es cierto que con índice de analfabetismo
(90%) tan alto, era difícil que el pueblo alcanzara la codificación substancial
de la idea. El venezolano común sólo reclamaba su derecho a tener y poder
trabajar libremente la tierra. La tierra era el principal recurso de la
producción y de la seguridad económica y ella estaba en manos de unos pocos, en
manos del 4% de la población que era el grupo social relativamente rico, con un
consumo per cápita de 80 pesos, el doble de la clase media que constituía el 30
% de la población. Los jornaleros que constituían el grupo social mayoritario
(49%) apenas consumía 15 pesos per cápita. El 20 % restante de la población
estaba imposibilitado.
Ese
era el cuadro social de la Venezuela de mediados del siglo diecinueve, de
suerte que para la mayoría su mejor doctrina era aquella que le ofreciera un
modo de producción digno, justo y humano. Y por ello siguieron con entusiasmo
casi rayano en el fanatismo, las banderas amarillas del General Ezequiel Zamora
y de Juan Crisóstomo Falcón, aunque en el programa de la Federación no se toca
específicamente el problema de la propiedad de la tierra que era a fin de
cuentas lo que más interesaba a los miles de jornaleros desheredados de la
propiedad rural y quienes trabajaban en condiciones de explotados, como siervos
de la época feudal.
No
obstante, en términos generales, el régimen de libertades en el programa de la
Federación o Partido Liberal, dejaba tácito o abierta esa posibilidad que hasta entones, vale
decir, desde la época de la Independencia, las guerras intestinas habían hecho
más regresivo. “Más regresivo el régimen de propiedad territorial agraria porque los
movimientos armados no perseguían sino el poder político que terminaba en poder
tributario de las clases privilegiadas” (Maza Zabala en “Venezuela, una
economía independiente”)”.
Y
¿quiénes eran lo de la clase privilegiada? ¿Solamente los godos paecistas o
conservadores? No. También había liberales que militaban en ese 4 % de la clase
pudiente venezolana.
Quien
mejor representaba al Federalismo desde el punto de vista programático era
Ezequiel Zamora, un militar nacido en Cúa (Estado Miranda) en febrero de 1817
cuando Piar invadía Guayana. Fue el alma de la Revolución Federal y su muerte
ocurrida en el curso de la guerra-10 de enero de 1860- le hizo perder impulso
al movimiento con serios descalabros favorables a los Conservadores que
pudieron gracias a ellos mantenerse en el Poder por más del tiempo previsto.
Los
federalistas llegaron con Juan Crisóstomo Falcón al Poder tras la firma del
Convenio de Coche el 24 de abril de 1863
y Venezuela que comenzó a llamarse Estados Unidos de Venezuela, fue
dividida en 20 estados y un Distrito Federal. Guayana pasó a denominarse
entonces Estados Soberano de Guayana.
La
Guerra
Federal duró cinco años (1858-1863) y protagonizó 200 acciones de
guerra con saldo de unos 100 mil muertos. Es la más larga sufrida por Venezuela
después de la Independencia, seguida de la Guerra Libertadora que duró tres
años y sirvió menos que la Federal porque fue alentada por intereses foráneos y
echó las bases para la dictadura de Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez que
duró 35 años.
Ha
sido calificada como “la estafa más grande de la historia de
Venezuela” por algunos analistas y por otros como un mal necesario que democratizó
las instituciones y suscitó en los venezolanos el sentimiento de igualdad
social, aunque esto habría podido lograrse por la propia dinámica civilista sin
necesidad de una guerra que empobreció al país y lo hizo más dependiente.
Dice
Maza Zabala en el libro anteriormente citado que “La estructura socio-económica
del país, ya culminada la Guerra Federal, permaneció igual, sin alteraciones
sustantivas; subsistía el predominio de las relaciones latifundistas de
producción y sus formas señoriales de dominación que trataban el desarrollo de
las fuerzas productivas, persistía el mismo orden de diferenciación social con
su status de degradación y privilegios. En cierto modo había aumentado la
población rural en condiciones serviles de explotación, sobrevinieron luego
regímenes autocráticos y la situación política que siguió a la Guerra Federal
se caracterizó por al influencia determinante de los caudillos militares”.
Acaso
sea Guayana uno de los pocos Estados venezolanos donde menos prosperó el caudillismo
militar, familiar o unipersonal sufrido por otras entidades federales. Para
1858 cuando comenzó a desembozarse la guerra, ya había muerto (asesinado) el
caudillo más prominente, el General Tomás de Heres, cabeza de los
Conservadores, localmente conocido como “Antropófagos” versus del movimiento
liberal llamado “Filántropos”. El movimiento liberal guayanés, encabezado por
Juan Bautista Dalla Costa, sembró una mejor conciencia de las libertades y
derechos.
Se
trataba también de que Guayana era una región territorialmente inmensa y escasamente poblada. Cualquiera
podía tener una parcela de tierra. Además, la agricultura no era propiamente su
fuerte. En todo caso, la ganadería extensiva, una minería incipiente y los
productos selváticos de extracción y recolección que nativos y forasteros
trabajaban libremente, aunque, por supuesto, no eran bien pagados y en torno a
ellos se encadenaban roscas de explotadores y usureros.
Por
otra parte, en Guayana había muchos europeos con un comercio floreciente a través
del Orinoco, que tenían otra mentalidad. Aquí no ocurrió lo que en otros
Estados declarados soberanos después de la Guerra Federal, como dice Antonio
Arraiz en su artículo “La Guerra Larga” (El Nacional, 11/07/60):
“Los que en 1862 en la guerra, eran insurgentes alzados, en 1864 en la paz,
eran Presidentes de Estado o Comandantes de Armas en las misma regiones, casi
con tanta independencia como entonces, y hasta el advenimiento de Gómez, los
Monagas y Sotillo en los Llanos de Barcelona y Maturín; los Acosta y Ducharne,
en Oriente; los Aranguren en Barinas; los Riera, Colina y Peñaloza, en Coro;
los Baptista y Araujo, en Trujillo; los Urdaneta y Pulgar, en Maracaibo; los
Mendoza y Lander, en los alrededores de Caracas, se continuaron trasmitiendo
unos a otros el prestigio y la autoridad regional”.
Pasaron
por la Gobernación de la provincia a lo largo de esos cinco años: Esteban Salom
(1958) seguido de Juan Bautista Dalla Costa y meses después Manuel Yánez hasta
febrero de 1859 que se encargó interinamente Santos Gáspari, reemplazado por el
Capitán Bibiano Vidal (1859-1869), Luis Soublette (1860), Florentino Grillet
(1860-1861) y Juan Bautista Dalla Costa (1861-1863).
Durante
la Guerra Federal, la situación política y militar en Guayana estuvo
controlada, no obstante los siguientes alzamientos a fines de 1860 y principios
de 1861: Alzamiento de Juan Antonio Sotillo, el 9 de septiembre de 1860 en
Barrancas; Alzamiento del Comandante Justo Berengel, en el Cantón de Upata;
alzamiento de Capitán José Antonio Rodríguez, en Moitaco y Turapa y
levantamiento de Magdalena Aquino, en Las Bonitas. Todos estos levantamientos
fueron aplacados por el Gobierno centralista.
En
Las Bonitas se dio el caso de que le Comandante del Cantón del Orinoco, Simón
García, masacró a todos los prisioneros, por lo que el Gobernador Florentino
Grillet lo destituyó. Cuando Dalla Costa reemplazó a Grillet en el Gobierno,
repuso al destituido en su cargo. Asimismo durante ese lapso, Caicara del
Orinoco fue incendiada por Ambrosio Tapia, tras derrotar a las tropas del
Gobierno centralista. El 6 de septiembre de 1861, el joven Juan Jasper fue
fusilado en la Plaza de Artillería del Convento por rehusar prestar servicio
militar.
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