En
1892, mientras la Venezuela hidrográfica desbordaba al Orinoco hasta dejar
sumergida totalmente la Piedra del Medio, la otra Venezuela, la política y de
armas tomar, hacía lo igual hasta dejar totalmente sepultadas las aspiraciones
continuistas del Presidente Raimundo Andueza Palacio.
El
General Joaquín Crespo, guerrero y hacendado de mucho empuje y ambición, abrió
las compuertas de ese gran río revolucionario y político que se alimentaba de
las insatisfacciones de una contienda demasiado cruenta, larga y enconada como
había sido la Guerra Federal, de manera que cada vez que había un estallido de
envergadura, pocos eran los pueblos que se quedaban como el avestruz,
aguardando que pasaran los desbordamientos de el tempestad.
Entre los pueblos arrastrados por el
desbordamiento, o que se adhirieron al pronunciamiento (20 de febrero de 1892)
hecho por el General Joaquín Crespo en su hacienda de El Totumo (Guárico)
contra la reforma de la Construcción Nacional propuesta por Andueza Palacio
para aumentar de dos a cuatro años su período gubernamental, estaba el Yuruary,
una región rica en oro que para mejor control el Presidente Antonio Guzmán
Blanco había separado del Estado Bolívar en 1881 convirtiéndola en un
Territorio Federal.
El Territorio Federal Yuruary con una
superficie de 220 mil kilómetros cuadrados y una población de 150 mil
habitantes comprendía los cantones de Upata y Roscio, con Guasipati como
cabecera o capital.
Dos motivos prevalecieron para
desprender la región del Yuruary del Estado Bolívar: un control más directo del
Gobierno Federal sobre la explotación de los ricos yacimientos auríferos y la
preocupante penetración inglesa en territorio venezolano hasta el punto de que
para la época la bandera inglesa flameaba en Barima y El Dorado. Sin embargo,
los yuruarenses nunca estuvieron conformes con esa figura del territorio
federal donde todo era impuesto desde Caracas. Preferían la unidad integral del
Estado que le permitía un mayor control en las decisiones políticas, de manera
que en el curso de los años esa fue bandera de lucha y justificación para la
sedición de connotados hacendados que al fin de cuentas eran quienes movían la
vida económica de la región.
Las noticias sobre los triunfos del
General Crespo en las acciones de guerra que le abrían paso hacia Caracas,
llamado por el Congreso de la República para defender la legalidad
constitucional, galvanizaron el alma revolucionaria de los caudillos
yuruarenses y el 7 de mayo de 1892 se levantaron en armas con el propósito de
avanzar hasta la capital y poner el Estado Bolívar al lado de la Revolución
Legalista.
Crespo, antes de levantarse, tenía
hecho su trabajo en Guayana para su respaldo eventual: Disponía del General
Manuel González Gil al frente de 700 hombres en los cresperos hatos del Caura;
en el Yuruary contaba con sus amigos los Generales Antonio Zerpa, Domingo
Sifontes, Ruperto Puerta y en Ciudad Bolívar con el General José Manuel (El
Mocho) Hernández, de gran atractivo popular y quien terminará por comandar
todas las operaciones hasta hacerse Jefe Civil y Militar del Estado Bolívar.
El alzamiento en Guayana al lado de la
legalidad militarmente liderada por Crespo desde el Guárico, lo iniciaron en
Tumeremo el 7 de mayo de 1892 los Generales Antonio Zerpa, Domingo Sifontes,
Ruperto Puerta, coroneles Pedro L. Machado y Anselmo Zapata, y una vez ocupado
Tumeremo con todas las de la Ley, avanzaron hasta El Callao y Guasipati,
capital del Territorio, que tomaron tres días después tras haber sido evacuadas
por las tropas de la guarnición al mando del general Pereira Lozada.
Siete días luego (14 de mayo), el
movimiento insurreccional que llegó a conformar militarmente lo que sus
protagonistas llamaron División Roscio, tuvo su primer combate de manera
sorpresiva en las cercanías de Guasipati con tropas del Gobierno que habían
salido a su encuentro. 200 Hombres al mando del general Juan Ovalles
sorprendieron en horas de la tarde a la División que aguardaba comisiones de El
Palmar y Cicapara; pero, no obstante la sorpresa, ésta se sobrepuso a los
atacantes y los pusieron en fuga a excepción de 50 infantes y 70 soldados de
caballería que se pasaron al bando Roscio que perdió 5 hombres en el combate,
incluyendo a un capitán.
El 18 marcharon hacia Upata donde se
replegó el resto de los hombres de Ovalles y 80 soldados al mando del general
A. Luengo que habían sido despachados en su auxilio. Ocuparon Upata y las
fuerzas gubernamentales se replegaron en la Masa de Chirica donde recibieron refuerzos
hasta completar unos 700 hombres bien armados y con suficiente parque que obligó a la División Roscio a
sortear mejores posibilidades desde Laguna Larga donde estratégicamente
acampaba. Los comandantes de la División decidieron replegarse en Guri a la
espera de refuerzos que desde algún lugar de Guayana preparaba el Mocho
Hernández, virtual comandante de la revolución. La comunicación firmada por el
General Domingo Sifontes, Jefe del Estado Mayor de la División, dice “… se
ha resuelto replegar hacia Guri adelantando a usted un expreso con esta
comunicación para que mande un refuerzo o venga personalmente con él a ponerse
a la cabeza de este ejército para destruir de una vez el núcleo continuista de
estas localidades, donde es inmenso el entusiasmo por la causa de la
Legalidad”.
José Manuel (El Mocho) Hernández,
pintoresco personaje de la fragorosa política venezolana, estaba desde 1887
conectado al caudillismo de los hacendados bolivarenses y a través de esa
conexión llegó a erigirse en la figura prominente de la decisiva Batalla de
Orocopiche.
Nacido en la caraqueña parroquia de San
Juan, donde su padre era carpintero, José Manuel Hernández, desde muy joven,
estuvo metido en los avatares de la política y se le vio activo y apasionado
entre quienes contrariaron la política autocrática del Presidente de la
República, Antonio Guzmán Blanco. Su fogosidad llegó hasta el punto de combate
de Los Lirios a comienzos del Septenio Guzmancista, donde quedó marcado con el
cognomento de “El Mocho” a causa de una herida sufrida en la mano derecha.
Las peripecias casi quijotescas del
Mocho Hernández calaron con fervor y simpatía en el alma de importantes capas
sociales de Caracas y la provincia. Gente que declaraba con orgullo a los
cuatro vientos ser “mochera” o la que era lo mismo, ser legionario del Partido
Liberal Nacionalista, de tendencia conservadora que fundara en Caracas
después de sus proezas en Guayana.
Ya agonizando el largo período
autocrático del General Antonio Guzmán Blanco se da la presencia del Mocho
Hernández en Guayana, asociado efímeramente con el General Celestino Peraza en
una imprenta que el primero había instalado en El Callao. Con publicaciones
salidas de esta imprenta el Mocho Hernández hacía oposición al Gobierno y
combatía al General Pedro Vicente Mijares, Presidente del Territorio Federal
Yuruary y quien terminará siendo repudiado ante la ingerencia directa en las
concesiones auríferas, la más importante de ellas concedida al general
Celestino Peraza por 99 años y que rebasó la paciencia de los yuruarenses.
El Gobierno de Guzmán Blanco y quienes
le sucedieron hasta Andueza Palacio tuvieron siempre al Macho Hernández como un
conspirador profesional y como tal se cuidaban de él. De suerte que cuando las
cosas se le complicaron al Presidente Raimundo Anduela Palacios, el Presidente
del Estado Bolívar, Dr. José Ángel Ruiz, fue puesto en alerta para que redujera
a límites previsivos las actuaciones del Mocho Hernández en Guayana. Fue así
como se hallaba en Ciudad Bolívar (1890) con la manea corta, pero no tan corta
pues siempre tuvo libertad para conspirar hasta declararse alzado al unísono
con el movimiento subversivo del Yuruary. Mientras la División Roscio avanzaba,
el Mocho Hernández reunía gente en Ciudad Bolívar y zonas rurales para la contienda
final. En Yaunó recibió el expreso de la división Roscio e inmediatamente
marchó con parte de su gente hacia Guri para tomar posesión del mando de la
División.
Encomendándose a San Buenaventura,
patrono de la Misión de Guri, la División Roscio al mando del general José
Manuel (El Mocho) Hernández abandonó el campamento e inició su avance hacia la
Capital del Estado antecedida de piquetes de hombres que iban disolviendo a los
campos volantes. Despejado el camino hasta el sitio conocido como “La
California”, pernoctaron allí y al siguiente día se situaron en plan de
batalla en las alturas de los Cerros de Buena Vista de Orocopiche
dado que se aproximaban a su encuentro las fuerzas oficiales comandadas por el
general Santos Carrera, Jefe expedicionario del Gobierno y el Presidente del
Estado, J. T. B. Siegert hijo, quien recién había sustituido al Dr. José Angel
Ruiz.
El 10 de agosto de 1892 se abrieron los
fuegos de lado y lado dominando desde las alturas las fuerzas legalistas y
descabezando a tiro fijo desde la Piedra del Murciélago los comandos
de las tropas del Gobierno. El Jefe expedicionario general Santos Carrera no
pudo sobrevivir al tercero de sus caballos muertos en la refriega. Los miembros
del Estado Mayor también mordieron el polvo mientras el Presidente Siegert que
estaba en la retaguardia salió en estampida con el resto de la tropa en derrota
atravesando el río Marcela que estaba tan crecido como su receptor el
Orocopiche y el Orinoco que ese año tapó la Piedra del Medio.
El parte oficial de los comandantes de
tropas al balancear los resultados de la batalla expresaba que “además
de 240 prisioneros, se recogieron 154 muertos y cerca de 200 heridos del
enemigo; todas las bestias aperadas de los jefes y oficiales, tres cargas de
parques, además de la 15 que se habían cogido en el lugar donde cayó muerto el
General Santos Carrera; esto, y toda clase de prendas de vestir, maletas, etc.
A orillas del río Marcela, a cuyas aguas se arrojaron los derrotados, siendo de
los primeros el Presidente del Estado Bolívar, Juan B. T. Siegert.
Posteriormente se extrajo de este río más de un centenar de fusiles y cerca de
cien cobijas, la derrota, pues, había sido completa; y a Ciudad Bolívar no
entraron ni cien hombres de los 860 que tres días antes habían salido en busca
de las montoneras legalistas a cuyo Jefe se proponían traer atado a la cola de
un caballo”.
El 13 de agosto entró la División
Roscio a Ciudad Bolívar y ese mismo día el General José Manuel (El Mocho)
Hernández asumió la Jefatura civil y militar del Estado. Para la fecha la
Revolución Legalista no había triunfado nacionalmente. Crespo entró victorioso
a Caracas el 7 de octubre y ejerció provisionalmente la Presidencia de la
República hasta que se reunió la Asamblea Nacional Constituyente que aprobó una
Constitución similar a la federal de 1864. De acuerdo con esa nueva
Constitución Crespo fue electo Presidente Constitucional para un período de
cuatro años 1894-1898 y el Mocho Hernández fue reemplazado por el General
Manuel Gil González en la Presidencia del Estado.
En 1897, fundó el Partido Liberal
Nacionalista con el cual aspiró a la Presidencia de la República en contra de
la candidatura del Dr. Raimundo Andrade impuesta desde las alturas del poder a
través de escandaloso fraude tutelado por el Presidente Joaquín Crespo, quien
lo pagó más tarde con su vida en la Batalla de Queipa a donde lo retó el
siempre indomable e inconforme Mocho José María Hernández. Desde entonces, tras
cárceles, destierros y sublevaciones pasó el resto de su vida sin poder jamás
aprehender en la realidad de su ambición un sueño de gloria que parecía desde
muy joven diluirse en la aromática humedad del aserrín de que estaba siempre
alfombrado el taller de su humilde padre canario.
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