En
1800 cuando el barón Alejandro de Humboldt, en compañía de Aimé Bonpland y el
indígena guaiquerí Carlos del Pino, llegó a Angostura, la ciudad apenas contaba
seis mil habitantes, casi todos viviendo sobre la colina “El Vigía” en casas de
mampostería desde cuyas azoteas, ventanas y balcones se dominaba el sugestivo
paisaje del río.
Hacía
un año que el geógrafo y naturalista alemán había llegado a Venezuela, entrando
por Cumaná, a bordo de un navío –El Pizarro- que el 5 de junio de 1799 había
partido de La Coruña, facilitado por el Rey de España Carlos IV para iniciar
una expedición científica por América.
Después de tantas penalidades navegando
en balsas y curiaras a lo largo del Orinoco y Río Negro, Angostura le daba al
viajero la sensación feliz de algo distinto. Sin embargo, en ella padeció junto
con Bonpland fiebres violentas a las cuales no pudo sobrevivir el indio que le
arrebató al mar cuando “El Pizarro” ancló frente a la isla de Coche.
Humboldt no sabía cómo expresar el
sentimiento de alegría que experimentaba al pisar tierra angostureña. Después
de 75 días en un recorrido de 2.250 kilómetros por los ríos Apure, Orinoco,
Atabapo, Río Negro y Casiquiare, bajo un sol ardiente, en medio de nubes de
mosquitos y dentro de frágiles embarcaciones indias, llegar a la Angostura del
Orinoco, capital de la Guayana, era como encontrar de nuevo a uno de los tantos
sitios civilizados visitados.
Maltrechos y con la piel curtida por el
hostil ambiente de selva tropical, Humboldt y Bonpland se presentaron ante el
Gobernador Felipe Inciarte, quien tenía más de tres años que había asumido la
gobernación de la provincia de Guayana. El magistrado los recibió amablemente y
dispuso para ellos toda clase de atenciones, empezando por su alojamiento en la
casa del Secretario de la intendencia que era cómoda y acogedora.
Los ilustres viajeros tras reponerse,
descansar y disfrutar de atenciones y agasajos tanto del Gobernador Inciarte
como de otros funcionarios y notables, se dispusieron, Bonpland a estudiar las
pocas plantas que había logrado resguardar de los efectos del clima húmedo y,
Humboldt, auxiliado por su ataché el indio Carlos del Pino, a observar
detenidamente la ciudad, la cual verificó que estaba adosada a una colina
pelada y a determinar su longitud y latitud geográfica así como la inclinación
de la aguja magnética.
Hizo mediciones cerca de la Catedral
que todavía se hallaba inconclusa y encontró ocho grados, 18 minutos y 11
segundos de latitud norte y 66 grados, 55 minutos y 21 segundos de longitud
occidental. Caminó las calles y apreció que estaban bien delineadas y la mayor
parte paralelas al río. Para entonces Angostura tenía solo las calles de la
Muralla (Paseo Orinoco), de la Paciencia o Infante (Igualdad), calles de la
Iglesia o de la Laguna (Bolívar), calle Principal o de las Delicias
(Venezuela), calle de la Candelaria o de San Cristóbal (Carabobo), calle de la Tumbazón
(Santa Ana), calle Nueva (Libertad) y los barrios El Suspiro (Plaza Miranda) y
El Retumbo o San Francisco (Dalla Costa).
Alejandro de Humboldt quedó gratamente
impresionado de las casas de Angostura, casas altas de mampostería (piedra y
barro), muy acogedoras y construidas sobre la roca pelada. Sólo vio con temor,
incluso para su propia salud y la de sus compañeros que luego sentirían
atacada, las aguas detenidas de las lagunas y depresiones que se extendían
detrás de la ciudad hacia el Sudeste.
Halló imponente el paisaje del río
desde lo alto de la ciudad y constató cómo en las crecidas quedaba inundado el
muelle bajo cuyas sombreas se agazapaban los caimanes a la espera de su presa.
El Fuerte San Gabriel construido bajo
la administración de Joaquín Sabás Moreno de Mendoza en 1764, primer Gobernador
de Guayana con asiento en Angostura, permanecía en pie a duras penas, vis a vis
con el San Rafael en la orilla opuesta (Soledad). Humboldt se propuso dos
medidas trigonométricas para determinar la anchura del Orinoco, una entre los
fortines San Gabriel y San Rafael, y otra más al oriente por donde los barcos
embarcaban el ganado (La Alameda), de las cuales resultó que el mínimo de ancho
de la primera era de 380 toesas (medida de longitud francesa equivalente a casi
dos metros) y de 450 la segunda. Vio con extrañeza que esta zona cuatro o cinco
veces mayor que la del río Sena la consideraran angosta, derivando de ella el
nombre de la ciudad. También le llamó la atención la Piedra del Medio, que los
ribereños la utilizaban como referencia para precisar el flujo y reflujo del
río.
Humboldt y sus acompañantes se sentían
muy bien en Angostura. Experimentaban, a través del trato con su gente, que se
hallaban en una ciudad culta y con un gran aliento europeo. Alternaron y
trabajaron intensamente mientras se sintieron bien, pero pensaban que era
conveniente acordar la estada para poder cumplir con el cronograma de su
expedición por América que duraría cinco años y apenas estaban en el primero.
+Ya habían estado en Cumaná y en la
Península de Araya, observando las montañas de Andalucía, los valles de
Cumanacoa, la cumbre de Cocollar y las misiones de los Chaimas. Habían pasado
por Caripe, la Cueva del Guácharo, la misión de Catuaro y el puerto de Cariaco.
Viajado a La Guaira, subido a Caracas, ascendido a la cumbre de La Silla,
seguido a Los Teques, la Victoria, valles de Aragua, Lago de Valencia, fuentes
termales de Mariara, Villa de Cura, los Llanos, y Calabozo para embarcar luego
a San Fernando y continuar navegando todo el Orinoco, el Atabapo, Río Negro,
Casiquiare. Ahora que estaban en Angostura había que proseguir por los llanos
hacia el Oriente en busca del mar para dirigirse a La Habana, Cartagena y
profundizar hacia el sur. Trazando esos proyectos se hallaban cuando una
circunstancia adversa los forzó a permanecer hasta un mes en Angostura. Los
tres viajeros fueron atacados por violentas fiebres, mucho más Bonpland y el
indio Carlos del Pino, quien murió a los ocho días de la enfermedad. Humboldt y
Bonpland combatían la fiebre consumiendo una mezcla de miel y extracto de quina
del Río Caroní, remedio que era muy recomendado por los capuchinos de las
misiones y que después Bonpland, quien se trataba asimismo, sustituyó por
medicamentos más suaves tras complicarse con una disentería.
Los malos presentimientos rondaron por
angostura esos días con respecto a los viajeros, pero al fin la fiebre fue
bajando y la inflamación intestinal de Bonpland cedió a la emolientes a base de
ciertas malváceas. Pero la recuperación fue lenta y debido a la estación
lluviosa que haría penosa la travesía hacia Oriente y tratando de evitar una
recaída, permanecieron en Angostura hasta el 10 de julio que cruzaron el
Orinoco por la noche, pernoctaron en el fortín San Rafael de Soledad y temprano
montaron en mulos que trotaron hasta Nueva Barcelona y Cumaná, donde pensaban
encontrar un barco que los llevara a la isla de Cuba con su valioso cargamento
de instrumentos, anotaciones científicas, textos de consultas y muestras
recolectadas. Faltaba en aquel viaje de retorno para cerrar el periplo por
tierra venezolana, el indio Carlos del Pino.
El destino de “El Pizarro” desde que
zarpó del puerto español de la Coruña con carga y pasajeros, era Veracruz; pero
al acercarse a las islas antillanas debió desviarse hacia Cumaná debido a una
epidemia de “fiebre maligna” que se desató en una sección del buque. Al pasar
improvisamente cerca de la Isla de Coche, el vigía del barco señaló la
presencia de varios botes pesqueros y el Capitán del “Pizarro” ante la
incertidumbre que le producía la zona por donde navegaba, ordenó anclar y los
llamó por medio de un cañonazo procurando una mejor orientación toda vez que
los sondeos deban allí una profundidad muy baja. Dos piraguas se acercaron.
Cada una tripulada por dieciocho indios de la tribu guaiquerí.
Los guaiqueríes, hombres de alta talla,
desnudos hasta la cintura, de gran vigor muscular y de tez entre moreno y
cobrizo, impresionaron a Humboldt que los veía de lejos, sentados inmóviles y
destacándose contra el horizonte, como perfectas estatuas de bronce. El patrón
de una de las piraguas se brindó a quedarse a bordo del “Pizarro” para servir
de piloto. Se trataba de Carlos del Pino, indio observador y sagaz que poseía
un verdadero afán de instrucción, aficionado a estudiar los productos del mar y
las plantas de su tierra. Toda una sorprendente casualidad que le permitió a
Humboldt y Bonpland hacerse amigo de aquel hombre cuyos conocimientos
resultarían extremadamente favorables para los objetivos de su viaje.
Carlos del Pino los acompañó y ayudó
plenamente a lo largo de todo el recorrido científico, expuesto al sol, a la
lluvia, a las inclemencias de la selva y del tiempo hasta rendir su vida en
Angostura como tributo de un viaje que hace época en la historia de la
investigación científica y que fue pródigo en descubrimientos.
Después de Angostura, Alejandro de
Humboldt y Aimé Bonpland embarcaron para La Habana, y luego se dirigieron a
Cartagena de Indias; desde donde remontaron el Magdalena, llegando hasta el
Ecuador y Perú. Ascendieron el Chimborazo a donde años después llegaría Bolívar
a soñar la libertad de América. En 1803 visitaron México y por Washington y
Filadelfia llegaron a Nueva York, donde embarcaron para Burdeos con sus ricas
colecciones que hoy son orgullo de los museos de París y Berlín.
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