El General Tomás de Heres, nacido
en Angostura el 18 de septiembre de 1795, figura entre los próceres de la
Independencia Sudamericana. Además de militar de la emancipación, fue
periodista, gobernador, parlamentario y creador de uno de los dos primeros
partidos políticos que existieron en Guayana.
Era
hijo de José Fernández de Heres y de María Josefa Rivero Morín. El primero
procedente de Asturias y llegado a la provincia en tiempos del Gobernador
Manuel Centurión y la segunda, hija de Antonio Rivero teniente del Real Cuerpo
de Artillería destinado a Guayana.
Tomás
de Heres nació a los tres años y nueve meses del matrimonio y a la edad de diez
fue internado en el Seminario Tridentino de Caracas donde estudió hasta 1810
que fue llamado por su padre, primer alcalde de la ciudad. Preocupado por los
acontecimientos caraqueños del 19 de abril.
De
nuevo en el seno familiar y al lado de sus hermanos José María, Manuel María,
Luisa, Petronila y Trinidad. El joven Tomás de Heres se preparó militarmente
para ser alistado al lado de los intereses políticos realistas representados
por su padre que para entonces y en calidad de Primer Alcalde, había suplantado
a Felipe Inciarte en la gobernación de la provincia de Guayana.
Heres
debutó como soldado en los combates de 1812 que desde Soledad habían provocados
los coroneles Francisco González Moreno y Francisco Javier Solá en un intento
infructuoso por ocupar Angostura cuyo Cabildo que secundó en un principio a la
Junta Suprema de Caracas, había sido objeto de un golpe de estado por
funcionarios realistas de la ciudad.
La
capital de la provincia, empinada sobre una colina que tenía por norte al
Orinoco, era militarmente difícil de tomar, tanto por su posición estratégica
dominante como por el cuidado proteccionista que le dispensaba España.
En
1813, Tomás de Heres pasó a formar parte de un Batallón que había adoptado el
nombre de una antigua ciudad española sitiada y destruida por Escisión Emiliano
y cuyos habitantes, los numantinos, prefirieron perecer envueltos en las llamas
que rendirse.
Este
nombre “Numancia” de signo heroico, lo rescataron los realistas para este
batallón que fue enviado a los Llanos ese año de 1813 donde se reconcentraban
las fuerzas realistas para invadir el centro que había sido ocupado por el
Libertador en el curso de la Campaña Admirable.
El
“Numancia”
integrado a la División de Yáñez, se adueñó de Barinas, Apure y Guanare. Luego
las fuerzas de Yáñez se unieron a las de Ceballos que venían desde Coro y en
Araure fueron derrotados por el Ejército patriota al frente del cual venía el
Libertador desde San Carlos.
En
la batalla de Araure, muy bien representada en un cuadro de Tito Salas, el
Numancia perdió hasta el estandarte, el cual quedó en manos de un batallón al
que Bolívar se negaba a ponerle nombre hasta tanto no se lo ganara en el campo
de batalla. Desde entonces el batallón sin nombre fue bautizado como el “Vencedor
de Araure”.
El
Numancia, no obstante esa derrota siguió avanzando en Venezuela y Nueva Granada hasta 1815
cuando fue destinado por el General Pablo Morillo a la vanguardia del Ejército
realista que en Lima comandaba el general español Jerónimo Valdez.
Los
oficiales del Numancia no se las llevaron bien con los batallones
peninsulares destacados en Perú. Había un creciente descontento llegado hasta
los oídos del General San Martín que ya había libertado a Chile, Argentina y
avanzaba hacia el Perú. Hubo contacto efectivos y el 2 de diciembre de 1820 los
Oficiales del Numancia, entre ellos Joaquín Cordero, Lucena y Heres, se
pronunciaron por la causa republicana y tan pronto como San Martín lo supo, resolvió
que desde ese momento se considerara el batallón Numancia como el más
antiguo del Ejército Libertador de Perú.
Entonces
Tomás de Heres fue ascendido a Coronel y el Numancia siguió a San
Martín hasta su entrada en Lima con el Ejército Libertador el 13 de julio de
1821.
En
1822 cuando San Martín cede el campo a Bolívar en su entrevista de Guayaquil y
el Congreso peruano lo llama para que emprenda la batalla final contra el
Ejército español que permanecía intacto en la Sierra, el Libertador dispone por
decreto la incorporación del Numancia con el nombre de “Voltíjeros”
a la primera brigada de la Guardia.
Diez
días luego de la adhesión del Numancia a al causa republicana,
Antonio José de Sucre asigna a Heres su primera gran tarea cual era la de convenir
con Andrés de Santa Cruz, la unión del Ejército Libertador del Perú con la
División del Sur del Ejército Libertador de Colombia.
Cumplido
este cometido que permitió dos meses después la ocupación de Cuenca, el Coronel
Tomás de Heres despejó su estrella y comenzó a ascender, primero como adjunto y
luego como Jefe del Estado Mayor de la División que sitiaba a El Callao;
Ministro en el Despacho de Relaciones Exteriores; Ministro de Guerra y Marina
por segunda vez. En 1826 hizo la campaña del Sur por cuestiones de límites
contra los peruanos que concluyó con la batalla de Tarqui el 27 de febrero de
1829 y cuya victoria a favor de Colombia le valió su ascenso a General de
División.
Siendo
Ministro de Guerra y Marina en Perú, el General Tomás de Heres tuvo a su cargo
la redacción de los semanarios “El Observador” y “El Peruano” que todavía
circula al igual que lo hizo Zea, Roscio y Revenga con el “Correo del Orinoco”
en Angostura.
El
Libertador sabedor de la importancia que tenía la prensa como instrumento de
lucha, no la llegó a descuidar en ningún momento. La consideraba “tan
útil como los pertrechos” al tiempo que “fiscal de la moral pública y
freno de las pasiones”. Cuidaba de su contenido, elaboración y
presentación como bien se puede apreciar en su cartas de 1820 y 1823 al General
Santander acerca de la “Gaceta de Bogotá” y “El Correo de Bogotá” y
especialmente la dirigida al General Tomás de Heres relativa a “El
Observador de Lima”, en el cual, entre otras cosas, le dice: “Los
artículos deben ser cortos, picantes, agradables y fuertes. Cuando se hable del
gobierno, con respeto y cuando se trate de legislación, con sabiduría y
gravedad. Yo quiero que se proteja un periódico; pero que se organice con
elegancia, gusto y propiedad”.
En carta de Heres
al Libertador desde huamachuco, el 17 de abril de 1824, hace algunas
observaciones sobre “El Centinela en Campaña”, un periódico que se editaba en una
imprenta portátil que siempre cargaba consigo el Libertador. Tales
observaciones se referían a que todo allí se escribía “con mucha frialdad y poca
gracia”. Un oficial de apellido Devoti que era el redactor del El
Centinela, no le parecía bueno para sostener una disertación académica.
Heres,
en cambio, cuando regresó a Angostura, no tuvo periódico a pesar de que fue
objeto de recios ataques a través de “El
Filántropo”, semanario de los liberales liderado por Juan Bautista
Dalla-Costa (padre).
Después
de la recia campaña del sur que le valió el título de prócer de la
independencia sudamericana, el General Tomás de Heres retornó a Angostura el 20
de octubre de 1829. Retornó luego de 16 años de ausencia. La ciudad ya no era
la misma ni él tampoco. Ambos habían cambiado con el tiempo, la experiencia y
los resultados de la guerra. El, más adusto, severo y de conducta militarmente
inflexible, estrictamente apegado a la ley, y la ciudad liberalmente más
abierta y acentuadamente mercantil.
Antes
que él habían regresado Ascensión Ferreras, Ramón y Orocio Contasti, también
angostureño y próceres de la independencia sudamericana. Pero Heres, con mayor
jerarquía militar, nivel político y experiencia de estado, los desplazó en el
sentir electoral de la ciudadanía.
Tan
pronto se domicilió en la antigua y espaciosa casa de sus padres, entre las
calles Amor Patrio y Libertad, comenzó a recibir la simpatía y adhesión de
mucha gente acicateada por el acontecer político nacional. De una parte los que
pugnaban por la separación de Venezuela de la Gran Colombia y de la otra,
quienes como Monseñor Mariano Talavera y Garcés permanecían fieles al
pensamiento bolivariano.
Heres
se negó a tomar partido hasta el punto de no asistir como diputado electo al
Congreso reunido en Valencia el 6 de mayo de 1830, el cual acordó la separación
de Venezuela y pidió la expulsión del Libertador del territorio de la Gran
Colombia.
Una
vez materializada la separación y sin el impedimento de Bolívar y Sucre,
desaparecidos por muerte de la escena política grancolombiana, el General Tomás
de Heres decide tomar bandera al lado de Páez, Soublette, Vargas que a nombre
del Partido Conservador detentaban el Poder.
Heres
se convierte en el representante del Partido Conservador surgido en Caracas en
el segundo período presidencial de José Antonio Páez y or lo tanto en el gran
elector desde la Gobernación o la Comandancia de Armas, pero cada vez encuentra
mayor resistencia por parte de los liberales liderados por Dalla Costa, los
Afanador y Juan Manuel Sucre, entre otros. Los liberales se autodenominan “Sociedad
Filantrópica” y condenan a los Conservadores con el cognomento de “Antropófagos”.
Heres,
no obstante su experiencia en la prensa a través de El Observador y El Peruano,
deja este campo libre a los liberales que tienen mucho que decir a través de su
semanario “El Filántropo” que por temor a la represalia busca refugio en
Soledad para poder tildara sus adversarios de “numantinos, heresiarcas,
serviles, provincialistas, antropófagos”, aunque los partidarios de
Heres no se quedaban atrás a la hora de responderles con los calificativos de “Forasteros,
contrabandistas, logreros, obstruccionistas”.
La
situación de encono político y personal entre ambos bandos se agravó y trascendió
a otros periódicos del país como “El Venezolano” que al comentarlo en
su edición 143 dice “…dos partidos fuertes, extensos y bastante poderosos para destrozarse
entre si y dar a la República días de luto si el patriotismo y la razón no se
interponen”.
A
fines de 1838 se realizan elecciones para Presidente de la República y
nuevamente los conservadores postulan al General José Antonio Páez, quien al
siguiente año (1839) es proclamado por el Congreso tras escrutar 212 votos a su
favor.
Comenzando
1840, Tomás de Heres fue ratificado en la Gobernación del Estado, pero solo
permaneció durante diez días pues tuvo que viajar a Caracas para atender la
citación del Congreso que examinaba una acusación por irregularidades cometidas
durante su gestión, formulada contra él por los liberales. A partir de entonces la controversia política
alimentada ferozmente por las páginas del Semanario “El Filántropo” produjo
inestabilidad en el Poder Ejecutivo Regional toda vez que los gobernadores
escaso tiempo permanecían en su cargo como en el caso de Manuel Zerón, sucesor
de Heres, quien solo pudo gobernar durante cinco meses y seis días del mismo
año; Manuel Capella, quien tuvo el honor de instalar el Colegio Nacional de
Guayana el 24 de junio de 1840, apenas duró dos meses y catorce días, pues
debió darle paso al coronel Ramón Burgos
debido a que el General Tomás de Heres regresaba de Caracas absuelto por el
Congreso a ocupar ya no la Gobernación sino la Comandancia de Armas, lo cual
produjo visible indignación entre los partidarios de Dalla Costa. Burgos
gobernó desde el primero de septiembre hasta el 8 de enero de 1841 cuando fue
sustituido por Florentino Grillet, quien
el 25 de marzo, le tocó presidir la ceremonia de inauguración de la Catedral
terminada con mucho esfuerzo por Monseñor Mariano Talavera y Garcés gracias a
una paciente colecta de 18 mil pesos que logró recaudar entre los 8 mil habitantes
que para entonces tenía Angostura.
La
inauguración de la Catedral, aunque sin Torre y los sermones de concordia
lanados desde el púlpito, no apaciguó los ánimos políticos tan exacerbado. A falta de conciliación patriótica los días
de luto, tal como lo presagiaba el periódico de Antonio Leocadio Guzmán en
Caracas, no se hicieron esperar, el General de División Tomás de Heres fue
víctima de un atentado mortal a las nueve de la noche del 9 de abril de 1842
cuando se hallaba en torno a una mesa y a la luz mortecina de una lámpara de
combustible, conversando con el Vicario apostólico de la ciudad Mariano
Talavera y Garcés. Tenía entonces 47
años de edad y Comandante de Armas de Guayana. Nunca se supo quien disparó el
trabuco homicida, pero el atentado fue sin duda alimentado por la forma
enconada y primitiva como solían en Venezuela dirimirse los asuntos políticos.
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