El
afloramiento de los partidos políticos: de un lado los Conservadores del
gobierno paecista, representados de aquende del Orinoco por el prócer militar
Tomás de Heres y del otro, los liberales, por Juan Bautista Dalla Costa, el
viejo, líder del movimiento mercantil de la región, estimuló el renacimiento
del periodismo que había quedado atrás con la extinción del Correo.
De suerte que al calor del interés
político, ese receso del periodismo fue interrumpido por la aparición de El
Telégrafo, un semanario concebido por el núcleo civil que se movía en
torno al viejo Dalla-Costa, contra el gobierno severo de Tomás de Heres, ya
Gobernador o Comandante de Armas de la provincia.
El Telégrafo fue impreso en la
segunda prensa establecida en Angostura luego de la The Washington Press,
donde se editó entre 1819 y 1822 el hebdomadario de los patriotas. Fue
adquirida por Lorenzo de Ayala y Hermanos, precisamente, a través de al firma
comercial Juan Bautista Dalla Costa e hijos. Para operarla se contrató al joven
tipógrafo italiano Pedro José Cristiano Vicentini, quien se radicó en Angostura
desde el año 1839.
La Prensa tipográfica totalmente dotada
llegó a la Angostura del Orinoco, a fines de diciembre de 1838 y a los nueve
meses siguientes, el 3 de septiembre de 1839, apareció, previo prospecto, la
primera edición de cien ejemplares de El Telégrafo con el siguiente lema: “Periódico
consagrado a los deseos del pueblo y con sólo el objeto de su exclusivo bien”.
Daba cabida a toda información vinculada con el movimiento mercantil,
marítimo-fluvial comercial, social, religioso, judicial y político. En lo político
tenía una sola línea: combatir al gobierno que desde la Comandancia de Armas
influenciaba el caudillo Tomás de Heres. Pero un periódico de provincia con una
línea semejante era imposible que se sostuviera, máxime existiendo como existía
en Venezuela un Código de Imprenta que calificaba como delito los escritos
adversos a los dogmas de la religión católica romana, los que excitaran a la
rebelión, perturbaran la tranquilidad pública u ofendieran a la moral, la
decencia, la reputación y el honor de las personas.
Los adversarios del Gobierno
encontraron una forma de evadir los controles, y fue editando periódicos de
vida efímera, pero cada vez con mayor vigor combativo. Así tenemos que de
septiembre a diciembre de 1839 circularon, además de El Telégrafo, El Campanero y
Cuatro contra tres. Este último sin eufemismo. Crudo y desafiante: “Esta
es una publicación periódica que persigue un fin: destruir a Heres, acabar con
un sistema que considera nefasto para toda la Provincia”.
Más que periodismo para cumplir la
función social de informar objetivamente y entretener, el periodismo de los
primeros tiempos fue de combate, periodismo político de denuncia, muy prestado
también a los intereses socio-económicos preestablecidos. Las publicaciones
anteriores respondían a ese concepto igualmente con mayor reciedumbre los que
le siguieron hasta los tiempos presidenciales del General Carlos Soublette.
Al iniciarse 1840, la imprenta de los
Ayala sacó el cuarto semanario: La Cuenta, también de corta
duración. El regreso de Páez a la Presidencia de la República afincaba aún más
en el Poder regional a Heres y seguidores
o Heresiarcas, como despectivamente le decían sus adversarios,
motivó un nuevo receso en el periodismo hasta el 7 de marzo de 1842 que
apareció El
Filántropo, órgano de al Sociedad Filantrópica constituida por quienes
seguían el pensamiento del Partido Liberal fundado en Caracas
en 1840 por Antonio Leocadio Guzmán.
El Partido Liberal también tenía su
periódico: El Venezolano y del mismo corte de recia oposición al gobierno
que tachaba de oligarca, era El Filántropo. Su lenguaje realmente
demoledor fue calificado por Juan Vicente González como “Monumento a la Perversidad”.
Tan demoledor que los Hermanos Ayala no quisieron continuar por si solos la
responsabilidad y prefirieron desprenderse de la Prensa, la cual asumió
enteramente la Sociedad, pero instalándola por prevención en el vecino pueblo
de Soledad, al otro lado del río.
El Filántropo circuló hasta el
número 29 (20 de marzo de 1843), vale decir, hasta un año después del asesinato
de Tomás de Heres, contra quien el mismo semanario y sus antecesores
exacerbaron la incomprensión y el resentimiento político transformándolos en
odio.
¿Por qué desapareció El Filántropo?
No sólo porque ya no existía Heres, sino porque ese año de 1843 fue electo
Presidente de la República por cuatro años el General Carlos Soublette, hermano
de Isabel Soublette Jeres Aristeguieta, primera esposa del viejo Dalla Costa.
De allí que Dalla Costa, tertuliano del Libertador y dueño de una gran fortuna
se haya retirado entonces de la política al igual que algunos de sus
seguidores, entre ellos Cristiano Vicentini. Dalla Costa murió en Génova en
1869.
Desaparecido El Filántropo, el Taller
donde se imprimía retornó a Angostura en calidad de compra por Pedro José
Cristiano Vicentini, quien dio el paso hacia la independencia económica con
taller propio instalado en calle La Muralla, ampliando su empresa con el
antiguo equipo tipográfico del Correo del Orinoco.
Hasta 1845, que los angostureños habían
permanecido ayunos de noticias, aparecieron las publicaciones Orinoco
y el Guayanés. Este último más que el primero, rompió los fuegos y
extendió su llama de ardor político contenido con el siguiente lema “La
verdad es el arma del guerrero”. No tenía día fijo de salida sino
cuando “necesite defender una causa, la causa que le trae al mundo”.
Ambas publicaciones circularon durante casi todo el año. Luego aparecieron Los
Ganzos, el Cantinela del Orinoco y El Compilador hasta 1853 que llegó a
Angostura la tercera imprenta adquirida por la Municipalidad a través de la
firma mercantil Wuppermann & Cia.
Con la llegada de los Monagas al poder,
el periodismo guayanés, hasta entonces polémico y agresivo, llegado a su punto
culminé con El Filántropo, bajo la guardia y se atempera más por instinto
de conservación que por falta de motivos.
Además de la papelería de los entes
públicos se editaron en la Imprenta Municipal, el periódico
semi-oficialista El Progreso, primero, después el Correo del Orinoco, en
darle cabida a la poesía, lo cual estimuló a intelectuales como Gabriel Salom,
Francisco Javier Mármol, Eugenio María León y José Miguel Núñez, entre otros,
para sacar la revista literaria “Flores Silvestres”, - un octavo, 30
páginas- en 1854.
Dos años más tarde, el Gobernador
Santos Gáspari, un médico corso radicado en Guayana desde 1835, dispuso por
Decreto la creación de la Gaceta de Guayana, periódico
dedicado a lo puramente oficial.
Durante la dinastía de los Monagas,
dijimos, el periodismo en Guayana bajó la agresividad y se moderó apegado a las
circunstancias políticas imperantes, pues los Monagas no solamente incoaron
juicios contra la prensa y desterraron a Antonio Leocadio Guzmán, director de El
Venezolano, sino que atentaron contra el Congreso y ello,
inevitablemente fue pauta para las publicaciones provincianas. De suerte que a la
caída de los Monagas en 1858, cayeron también los juicios contra la prensa y
proliferaron de nuevo los periódicos. En Ciudad Bolívar (Ciudad Bolívar desde
1846) apareció El Boliviano dirigido por Luis Pérez, impreso en la Imprenta
Municipal y unido al clima de agitación que conmovía al país. Luego le
siguieron El Centinela del Orinoco, dirigido por Carlos I. Salóm,
denunciando los diez años de oprobio y pidiendo castigo para los Monagas; El
Cigarrón (1860) por la misma línea, apegado a al nueva realidad
gubernamental y en el que destacó como contrapartida El Punzón, semanario
satírico y burlesco que ridiculiza al Gobierno de Bibiano Vidal; “Y
abur, abur, ño Vidal / Que te guardo el patrimonio / Si no te lleva el demonio
/ Por absurdo y animal”.
El diarismo en Guayana comenzó con El
Boletín Comercial. Este periódico llegó a ser de alta periodicidad de
manera escalonada: primero como bisemanario (lunes y sábado), luego como
trisemanario y finalmente se hizo diario vespertino. Un extraordinario esfuerzo
tipográfico en aquel tiempo, producto de la división de la sociedad empresarial
que lo editaba, la cual hubo de terminar en una suerte de competencia entre El
Boletín Comercial y La Revista Mercantil. Al final triunfo el primero
por contar con los recursos del poder.
El Boletín Comercial fue fundado por
Andrés Jesús Montes y editado en la cuarta imprenta instalada en la ciudad,
propiedad del cumanés, Carlos María Martínez, quien trabajaba como tipógrafo de
la Imprenta Municipal.
En 1862, Martínez rompió contra Montes
la relación comercial e inició por su cuenta el 9 de mayo de ese año la
publicación trimestral de la Revista Mercantil. Montes entonces se asoció con el tipógrafo
caraqueño Santiago Ochoa y para no quedarse atrás convirtió también en
trimestral El Boletín Comercial (9 de septiembre de 1862). Tratando de
mejorar las posibilidades de su publicación, Montes, forzado por los costos,
aprovechó la oferta que desde La Guaira
le hiciera el tipógrafo Jesús María Ortega y se asoció a éste en 1864.
Al año siguiente, a objeto de que El Boletín Comercial se transformara
en el primer diario vespertino de la región, Montes vendió su parte en la
empresa a Pablo María Rodríguez y bajo la dirección de este impresor salido de
la escuela de Vicentini, El Boletín Comercial se hizo diario
a partir del primero de septiembre de 1865, contando con el apoyo de los
Gobiernos que se sucedieron en la provincia hasta el ascenso de Guzmán Blanco
al Poder.
Para contrarrestar las opiniones
antiguzmancistas del Boletín, el liberal Juan Manuel
Sucre fundó El Orden bajo la invocación de Paz, Libertad y Progreso. Era el
periódico de la Revolución de Abril que llevó a Guzmán Blanco al Poder y a Juan
Bautista Dalla Costa hijo al Gobierno del Estado Bolívar.
Cumplida su misión con vocación de
periódico regionalista, bien informado, dio paso a otras publicaciones. En
cuando a El Boletín Comercial, no
pudo resistir por más tiempo. En 1872, los liberales del guzmancismo
bolivarenses lo llevaron irremisible a la quiebra eliminándole la pauta
publicitaria oficial. El Taller de impresión del periódico fue judicialmente
rematado y quedó en manos de Julio Simón Machado, quien reanudó en ese taller el
diarismo con El Centinela de Oriente que llegó a alcanzar un tiraje récord
de 800 ejemplares.
Extinguido El Centinela, surgió en
1877 El
Regenerador para mantener viva
la llama del guzmancismo y al año siguiente La Prensa, diario
dirigido por José María Arroyo en la primera imprenta de vapor establecida en
la ciudad por cuenta de Emeterio Pérez.
En 1880, cuando se eclipsaba la
estrella del guzmancismo y la actividad económica bolivarense había dado un
vuelco, los veteranos José María Ortega y Pablo María Rodríguez, antiguos
socios de El Boletín Comercial, volvieron a probar suerte adquiriendo una
imprenta de vapor, la segunda establecida en la ciudad, donde comenzaron a
editar El Bolivarense, diario de la tarde que circuló desde 1880 hasta
el advenimiento de Cipriano Castro, ya extinguiéndose el siglo diecinueve.
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