Don Diego de Ordaz fue el primer
hispano en penetrar y explorar el Orinoco en casi toda su extensión. También
había sido el primero en subir hasta el cráter de un volcán en erupción, el
Popocatepetl, durante la conquista de México y el que hizo rendir al valiente
Guatimozin, último emperador azteca.
Nacido
en Castroverde de Campos, provincia de Zamora, en 1480, fue sin duda uno de los
conquistadores españoles más decididos y temerarios. Acompañó a Diego Velásquez
en la conquista de Cuba y éste lo designó para que formase parte de la
expedición de Hernán Cortes, al lado del cual puso a valer su ingenio temerario
para quebrar la rebeldía de los aztecas en la defensa de su suelo, no obstante
haber sufrido varias herida y perdido su mano derecha.
Como
recompensa llegó a tener haciendas, tierras, solares y estancias. Solamente en
una laguna inmediata a México, llamada Tepecingo, disfrutaba media legua en
circuito donde había toda pieza de caza.
Pero aquel
reposo y privilegios no lo satisfacía y, obsesionado por las tierras vírgenes
de Venezuela avistadas por él cuando expedicionó junto con Alonso de Ojeda y
teniendo noticias de las riquezas
pregonadas por navegantes que en dirección a España hacían escala en Cuba y
Veracruz, escribió repetidas veces al Consejo de Indias solicitando licencia
para emprender a expensas suyas la conquista de territorios no ocupados de
América, especialmente los comprendidos en el curso de 200 lenguas entre los
términos de la posesión del reino de Portugal (Brasil) hasta los límites de las
concesiones a los alemanes, vale decir, desde la desembocadura del Amazonas
(Marañón) hasta Macarapana al oeste del Golfo de Cariaco.
El Consejo de
Indias terminó por darle luz verde a la solicitud de Ordaz, recomendándolo
ampliamente, de manera que la Capitulación se le da favorablemente y la expide
la Reina, en lugar del Rey Carlos, en Madrid, el 20 de mayo de 1530. Obsequiado
de esta manera, remata todos sus bienes, abandona México en compañía de sus
amigos y hombres de confianza (Juan Cortejo y Alonso Herrera) y asume la
responsabilidad bajo el título de Comendador, Adelantado y Alguacil Mayor en la
conquista y poblamiento de las tierras sugeridas, vale decir, las que van desde
el Marañón hasta Macarapana, al Oeste del Golfo de Cariaco, “por
todos los días de vuestra vida con salario de setecientos veinticinco mil mares
(maravedíes) en cada un año contados desde el día que vos hizieredes a la vela
en estos nuestros reinos, para hacer la dicha población e conquista, los cuales
vos an de ser pagados de las rentas e derechos a nos pertenecientes en la dicha
tierra que assy abeys de poblar”.
El 13 de
diciembre de 1530, día de Santa Cecilia, cuatro naves con 600 hombres y 36
caballos a su mando, zarparon con buen tiempo de Tenerife, Islas Canarias,
rumbo a tierras vagamente conocidas y, por lo tanto, inexploradas, que parecían
jurisdiccionales del Río Marañón, pero fuera de las posesiones del Reino de
Portugal.
Luego
de prolongados períodos de calma y tempestades que lo desviaron de la ruta y
disgregaron las naves, avistaron tierra dos grados por encima del paralelo
equinoccial, a los veintiséis días de navegación. Pero no hallaban lugar
adecuado para fondear los barcos y centrar su comando de operaciones hasta que
lo vieron en Paria ya a mediados del mes de marzo de 1531.
Pero
Paria, al igual que Cubagua, era jurisdicción discutible, pues allí Antonio
Sedeño, Gobernador de Trinidad, tenía un Fuerte al mando de Juan González de
Sosa; de todas maneras, Ordaz impuso su fuerza y utilizó al propio Juan
González, al mando de un grupo de sus hombres, para hacer una exploración
previa del estuario. González, no obstante, se aventuró hasta la propia
desembocadura del Caravaca, como los indígenas se referían al Río Caroní. Allí
él y su compañía escucharon por primera vez el nombre de Uayana. Uayana se llamaba
aquellas tierras selvosas avasalladas por inmersos caudales de agua.
Y
si aquellas tierras así se llamaba, sus habitante entonces tenían que ser
guayanos, se dijo para sí Juan González estando aguas abajo de regreso, para
informarle a Diego de Ordaz el resultado de sus exploraciones, pero ese inmenso
río que desembocaba a través de una intrincada red de caños ¿Cómo se llamaba?
¿Cuál era el nombre de ese gran río que el Almirante Colón llegó a confundir
con el Gandes? Más tarde se enterará que el río ostentaba varios nombres según
la topografía de su curso: Uriaparia, desde el estuario hasta la desembocadura
del Caroní; Urinoko o Ibirinoko más adelante y Barraguán en el curso de su
nacimiento.
Primera expedición por el Orinoco
El 23 de junio
de 1531, en plena época de lluvia e inundaciones. Diego de Ordaz inicio contra
corriente la penetración del Orinoco. Venciendo en cada escala la resistencia
del aborigen, fue explorando y penetrando el inmenso curso de agua hasta llegar
a la desembocadura del Meta y luego a las torrenteras de Carichana con una
tripulación mermada en 80 hombres, extenuada y a punto de rebelión por el trato
cruel y la inseguridad de un retorno cada vez más incierto.
La
voz ¡Uayana!
¡Uayana! Escuchada por Juan González durante la exploración previa
vuelve a hender los aires de las bocas del Caroní y el Conquistador queda
impresionado. Nunca más aquellos hombres de ultramar olvidarán la reiterada voz
aborigen. Desde entonces Uayana o Guayana habrá de ser
siempre para el mundo todo aquel inmenso territorio donde la Naturaleza recrea
la fuerza eterna de su vitalidad.
Más
tarde, en el trayecto fluvial que sigue hasta el río Arauquita, no se oye otra
voz aborigen que la de Urinoko y Orinoco será
castellanizado conforme a la etimología primitiva: Ori; confluencia y Noco;
lugar (lugar de confluencia). Orinoco será por sobre los otros nombres que
seguirán después hasta sus cabeceras, incluyendo Uriaparia en el primer tramo
de la navegación.
Seis
meses tardó en remontar unas 160 leguas del Orinoco y emprendió el regreso en
Enero de 1531 favorecido por la corriente que lo puso en el. Fuerte de San
Miguel de Paria en apenas veinte
días. Regresaba hecho una ruina, sin
poder siquiera recuperar lo invertido, producto de la riqueza lograda en
Tasxichtlan. Retornaba con su gente mermada y enferma, cansada y ganosa de
tirar la toalla como en efecto ocurrió. Muchos desertaron y para justificarse,
lo acusaron ante el gobierno de Cubagua a cargo del Alcalde Pedro Ortiz
Matienzo, quien le hizo juicio y trasladó preso
a la Audiencia de Santo Domingo.
Allá,
luego de consultada la Corte, fue absuelto y decidida la devolución de sus
bienes. No conforme, quiso vindicar la conducta en su contra asumida por el
Alcalde, llevándolo ante la Corte, pero en el curso de la navegación el
Comendador murió y su cadáver lanzado al mar en un serón.
La
expedición como empresa individualista fue un fracaso, pero España ganó un gran
espacio territorial y una importantísima vía fluvial de comunicación con el
Reino de Granada. A esa edad de su muerte con la que se especuló añadiéndole el
ingrediente de supuesto homicidio por envenenamiento, a esa edad aún -52 años-,
el Comendador don Diego de Ordaz no podía ver claro el Paraíso y aunque quería
insistir, sin descanso porque nunca lo tuvo, en el fondo se sentía golpeado y
enfermo. Bien valió en el verso de Castellanos este epitafio que nunca pudo
diluir la sal de su sepultura: “Déle nuestro Señor su paraíso / que es lo
cabal y cierta gentileza / y el descanso de vida transitoria / que le faltó, el
de Dios en su Gloria”.
Segunda expedición
El
nombre de Alonso de Herrera, natural de Jerez de la Frontera, se inscribe
trágicamente entre los primeros Capitanes que comandaron expediciones por el
Orinoco. A él le toco comandar la segunda.
Acompañó
a Diego de Ordaz durante la primera expedición y en 1534 volvió inconforme para
ir más allá, remontar por primera vez al caudaloso Río Meta o Metacuya como era conocido por los aborígenes.
Pero volvía, no por su cuenta y riesgo, sino bajo las órdenes de Jerónimo de
Ortal, en cuyos brazos murió Ordaz cuando presuntamente fue envenenado por la
Justicia Mayor de Cubagua, Pedro Ortiz Matienzo, en el trayecto Santo
Domingo-España.
El
Rey Carlos Primero le había traspasado los derechos capitulares del hazañoso
Diego de Ordaz y él con dos barcos y 160 hombres aspiraba proseguir con mejor
acierto la ruta del fracasado Comendador. Zarpó del puerto de Sevilla el 18 de
agosto de 1534 y dos meses después, el 13 de octubre, ya estaba de vuelta en el
Golfo de Paria, reunido con Alonso de Herrera, quien había permanecido en el
Fuerte, hambriento y hospitalizado, cuidando los intereses de Ordaz.
Herrera
aceptó la nueva situación y mientras Jerónimo de Ortal se dirigía a Cubagua a
verificar un refuerzo que había llegado de España al mando de Juan Fernández de
Alderete, él se adelantó a remontar de nuevo el Orinoco bajo instrucciones de
Ortal, quien le prometió navegar posteriormente a la retaguardia. Ortal,
hostilizado por los Uayanos, no pasará más allá de las Bocas del Caroní.
Herrera, en cambio, a sangre y fuego, superará la resistencia aborigen hasta el
Meta, donde siete flechas envenenadas lo traspasan de banda a banda.
Alonso
de Herrera descubrió al Meta a finales de 1535 y lo remontó unos 100
kilómetros. Junto con él perecieron siete de sus mejores hombres.
El
Alguacil Mayor Alvaro de Ordaz, sobrino del extinto Comendador, asumió el mando
y emprendió el retorno de la fracasada expedición hasta encontrarse con su jefe
Jerónimo de Ortal varado en la Isla de Trinidad. Este Ortal, nativo de Zaragoza
y Contador que fue de al Real Hacienda de Nueva Cadiz, morirá 15 años después
de Santo Domingo.
Es
importante acotar que mientras esto ocurría en el Orinoco en 1535, allá en
España, Gonzalo Fernández de Oviedo, quien había formado parte de otras
expediciones anteriores, daba a conocer su Historia General y Natural de las Indias,
obra que ha sido fundamental para el conocimiento de la América posterior al
descubrimiento.
Gran publicación. Excelente recopilación de la historia. Felicidades
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